miércoles, 24 de marzo de 2010

¿Quién te lavó la cara hoy?

Mi pueblito, de inigualable belleza, es un pueblito de montaña y sus casitas de piedra están dispersas en una preciosa ladera, formando un anfiteatro. Además de árboles frutales de casi todas las especies, tiene muchos almendros, castaños, y el increíble "Fayal"... un bosque de enormes pinos que junto con las fayas y los brezos, que se cobijan bajo sus sombras, eran la delicia de mi abuela Lola y su rebañito de nietos, en los días calurosos de verano.

El mar se divisa a lo lejos, debajo de los acantilados, pero puedes ver perfectamente desde tu casa si está en calma o si tiene oleaje y comprobar como en ningún lugar del mundo, las estrofas de aquella vieja canción...

"el mar y el cielo se ven igual de azules y en la distancia parece que se unen"...

los vecinos éramos todos gente muy pobre, sólo había dos familias que podríamos llamar ricas, y entre los pobres se distinguían aquellos que por ser emigrantes retornados de Cuba, tenían casitas mejores -de dos pisos- y algunos terrenos más que los demás. Las dos familias ricas y estos "pequeños terratenientes" eran los únicos que ofrecían alguna fuente de trabajo. Con ellos trabajaba mi mamá, pues al emigrar mi papá a Venezuela, tenía que cubrir los gastos de la casa y su única entrada de dinero, era la que obtenía bordando manteles de Richelieu para una compañía. Una vecina era la encargada de distribuir estos manteles entre las mujeres del pueblo, pero sobre esto hablaré más adelante en estos relatos.

Mamá trabajaba durante el día "ganando jornal" y en la noche bordaba aquellos enormes manteles (siempre me he preguntado como podía bordar algo tan fino, con sus dedos muchas veces llenos de grietas por el duro trabajo del campo), yo observaba con admiración como bordaba mi mamá y quería crecer rápido para bordar yo también, mientras tanto me conformaba con "bordar" haciendo puntitos con una espina de naranjo sobre una hoja de col.

Al regresar de la escuela, mi hermano y yo, solos en la casa, pues mamá estaba trabajando, después de comer y hacer los deberes escolares nos dedicábamos a nuestros juegos infantiles en el patio y en las huertas alrededor de la casa. Un día que pasaba el párroco del pueblo por el camino, me vió con la cara no muy limpia al parecer, por la juguetona ironía de su pregunta: ¿quién te lavó la cara hoy? a lo que yo respondí inmediatamente:

¡mi mamá!

...no sé que pensaría el párroco, quien siguió su camino sin decir palabra, pero yo les aseguro que me quedé orgullosa y felíz con mi "cara lavada" por...

¡mi mamá!

2 comentarios:

  1. Lindo ... a ver si mi niño lo dice alguna vez también con ese orgullo y felicidad ... lo que sí sé es que lo dirá con la misma picardía que ha heredado de nuestra familia.

    ResponderEliminar
  2. Con la misma picardía y con la misma determinación estoy segura Mensi.

    Un beso

    ResponderEliminar