jueves, 10 de abril de 2014

¡Una familia...nuestra familia!


Aguirre quedará para siempre en mi recuerdo y en mi corazón como los brazos amorosos de una madre cuando recibe a su hijito al nacer. Allí llegué desde la lejana Puntagorda, una niña ansiosa de volver a tener una familia… ¡y vaya que si la tuve! 

Mi papá tenía un bonito carro azul, en el cual todos los domingos nos íbamos a pasear para la Colonia de Chirgua, o para Montalbán. A mi hermano le habían comprado una bicicleta, y en ella íbamos  a la escuela, no me dejaban ir sentada en la parrilla porque me podía caer, o meter los pies en la rueda trasera, yo nunca podía estar quieta y esto preocupaba, tanto a mis padres como a mi hermano, que prefería llevarme sentada en el tubo y tenerme así un poquito más controlada… ¡que lío he sido siempre!  

Cuando mi hermano y yo llegamos a Aguirre, nuestros padres vivían como ya lo he contado en otro de mis relatos, en un galpón de bahareque en la hacienda de un terrateniente, mi papá era el encargado de los cultivos de papas, naranjas y mandarinas y mamá era la sirvienta en la 'Casa Grande' de la familia. La verdad es que siempre nos trataron de lo mejor, como parte de la familia, salvando las distancias, claro.
  

Nuestra vivienda era el galpón, pero todo el día lo pasábamos en la 'Casa Grande'. Allí, ya no sólo podía disfrutar de la radio todo lo que quisiera, sino que podía oír música en el Pick up con sus discos de vinilo de 33 (ó 33 1/3) R.P.M. y 45 R.P.M.  También podía ver la televisión, en blanco y negro por aquellos años. 

Los señores Castro, así era el apellido de la familia, tenían ocho hijos y todos los nombres de ellos comenzaban con la letra 'E'… Elaine era un año mayor que yo y Evelin un año menor, cuando no teníamos clases estábamos todo el tiempo jugando. Nuestro mejor momento era cuando jugábamos yaki o ludo, nuestros juegos preferidos, tomándonos una malta...
en nuestro lugar preferido: debajo del tanque del agua que estaba en la azotea, cuando llovía, para protegernos de la lluvia… era para nosotras lo máximo, cuando veíamos que iba a empezar a llover salíamos corriendo con el juego de yaki o de ludo y una botellita de malta cada una... para la azotea. 











También nos gustaba mucho en las tardes, ya anocheciendo, jugar béisbol con todos los demás hermanos de ellas, que ya habían regresado de Valencia con el transporte que los llevaba a estudiar en el liceo. Jugábamos en la carretera de tierra que pasaba por el frente de la hacienda, pues a esa hora no pasaban muchos carros. De ahí salíamos todos llenos de tierra directos para la ducha, Elaine, Evelin y yo nos bañábamos juntas y aquello era un escándalo tremendo, éramos un verdadero dolor de cabeza para todos en la casa, sobre todo para Eugenio, que tenía catorce años y no nos soportaba.  Pienso que antes de llegar yo, Elaine y Evelin debían haber sido unas niñas muy tranquilitas, pero no me siento mal cuando pienso en ello, todo lo contrario, además sus padres parecían contentos con mi presencia, me llevaban con ellos para todas partes y me compraban muchos regalos. Desde que nos fuimos de Aguirre no he vuelto a tener contacto con ellas. No sé si recuerdan esos meses que pasamos juntas y si se alegraron con mi llegada y con la pérdida de su 'tranquilidad'.

Un día sus hermanas, Elida de dieciséis años y Elina de diecisiete, nos llevaron a nosotras tres con ellas a una bodeguita para comprar algunas cosas.  La bodeguita estaba bastante lejos de la Casa Grande, muy cerca de la escuelita a la que asistíamos mi hermano y yo, pero nos fuimos caminando y cantando por la carretera de tierra, durante el trayecto me enseñaron una canción que yo no conocía: 'Mambrú se fue a la guerra'. Me encantó y me la aprendí enseguida, incorporándola de inmediato al 'repertorio' que ya traía de mi Puntagorda, y el cual estaban obligados a "disfrutar" todas las noches mamá, papá y mi hermano. 

En la bodeguita compramos, entre otras cosas, un paquete de galletas 'Maria' que nos fuimos comiendo durante el regreso a la Casa Grande... no las había probado nunca ¡que delicia!

Los paisanos de papá y mamá, los 'isleños' que vivían en Aguirre o en los pueblos cercanos, al saber que habíamos llegado de Canarias vinieron a visitarnos, y siempre cuando se despedían de nosotros, nos daban a mi hermano y a mi unos cuantos bolívares de regalo.  Mamá nos hizo una especie de alcancía con unas cajitas, una para mi hermano y otra para mí, allí fuimos guardando el dinero que nos regalaban.  Al día siguiente de probar las galletas Maria, mi alcancía comenzó a financiar, a escondidas de mamá y papá, los paquetes de galletas que yo compraba en la bodeguita y que me llevaba para la escuela para repartirlas entre mis compañeritos. Es ésta una cualidad muy acentuada en mi personalidad, cuando algo me gusta mucho quiero compartirlo con mis amigos, con las personas que están a mi alrededor... ¡como disfrutaba al comprar el paquete de galletas, del cual yo sólo comía tres o cuatro galletitas. Han pasado los años y esa niña que le gusta compartir todo lo que tiene, sigue acompañándome donde quiera que voy… ¡la amo!!!

Cuando Traslita se vino a dar cuenta, en mi pequeña alcancía ya lo que quedaban eran unas cuantas monedas, al preguntarme donde estaba el dinero, le dije la verdad, otra de las cualidades que más me gusta de mi personalidad, decir siempre la verdad por muy terrible que esta sea, asumir las consecuencias de mis actos. Traslita nunca me regañaba de una forma brusca, sólo me decía que no estaba bien tal o cual cosa y después estaba triste varios días, ese era mi peor castigo, verla triste y saber que ella tenía razón.  A mi mamá nunca le han gustado las exageraciónes de ningún tipo, y gastarme todo el dinero que tenía en la alcancía en galletas, le parecía una exageración. Yo estaba de acuerdo con ella en que lo era, pero… ¡eran tan ricas las galletas y tan bonito compartirlas con mis amiguitos!

Después de unos meses mis padres dejaron de trabajar en la hacienda de los señores Castro y nos trasladamos a vivir a una casita de alquiler en el centro de Aguirre.  Tenía un enorme patio lleno de árboles, había aguacates, mandarinas, cambures, limones y muchas, muchas flores, a Traslita siempre le han gustado mucho las flores, llegó a tener en esa casita un jardín de dalias precioso.  Mi papá empezó entonces a trabajar como constructor de casas y realizaba también trabajos de carpintería, mamá por su parte, le lavaba la ropa a ¡catorce! 'isleños' que trabajaban en las siembras de tabaco que existían en la zona y realizaba trabajos de costura de todo lo que le encargaran. ¡Siempre ha sido tan trabajadora Traslita!!!... Cuando tenía trabajos de costura me sentaba a su lado para irme enseñando algunas 'cositas', cuánto le agradezco a mamá su paciencia y dedicación, aprendí, y aprendo todavía, tanto de ella. 

¡Ya tenía una familia y una vida feliz... lo que siempre había soñado!


En mi amado Aguirre di los primeros pasos hacia lo que se convertiría con el paso del tiempo en una pasión desbordada ¡Mi Amor por Venezuela!… Allí empecé a querer a su noble, sencilla, cariñosa y buena gente, allí pude ver por primera vez una quebrada de aguas cristalinas, con pececitos  y plantas acuáticas, que mi hermano y yo metíamos en una botella de vidrio de boca ancha, para llevarla después a la casa y tener así nuestra 'pecera', nos pasábamos horas tratando de agarrar los pececitos y buscando las plantitas que más nos gustaban...


En Aguirre pude saborear por primera vez las deliciosas frutas tropicales… las ricas mangas en la casa de doña María, nuestra vecina, los sabrosos 'manirotes' que íbamos a buscar, también con doña María, a las montañas llenas de plantaciones de café, que debajo de los inmensos árboles había en la vía hacia Canoabo… ¡cuantas quebradas teníamos que cruzar, chapoteando descalzos en sus aguas transparentes, hasta llegar a la casa donde vivían sus familiares!... nos íbamos tempranito y regresábamos en la tarde, pues era bastante lejos. 

Durante el recorrido comíamos manirotes...


sentados en el suelo y observando a las ardillas que correteaban y se trepaban a toda velocidad en los árboles delante de nosotros.  Yo veía las ardillas por primera vez en mi vida, me parecía imposible que fueran tan iguales a las que había visto dibujadas en los libros, no podía creer que su colita fuera de verdad así tan 'para arriba'  en forma de arabesco… era un encanto verlas como cogían con sus 'manitas' y con tanta delicadeza los trocitos de manirote que les dábamos y después para comérselos se sentaban en sus patitas traseras... 
masticaban tan rápido como los conejitos de abuela Lola… ¡que magia!














Muchos años después, en el Parque del Retiro en Madrid pude compartir de nuevo muchas tardes con las ardillitas, darles de comer, recordar mi infancia y mi amado Aguirre. 

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